martes, 18 de noviembre de 2008

A propósito de una frase hecha que circula mucho en estos días.

Allí, cuando comenzaban a formarse las lenguas y las palabras tenían un vínculo inmediato con la experiencia del cuerpo, los griegos dispusieron de la palabra krinein para nombrar el utensilio que usaban para separar una cosa de otra, o sea, el colador. A medida que la capacidad simbólica de este pueblo creció, krinein, de donde se deriva nuestro vocablo crisis, enriqueció su significado haciéndose más abstracto y pasó a usarse cuando necesitaban referirse a una situación en la que debían decidir, para lo cual era preciso contar con un criterio o colador. En fin, una crisis consiste en la separación, el rompimiento de algo que, por esa causa, pone ante nosotros situaciones desconocidas que exigen nuestro análisis. En verdad, la vida es crisis y permanente e inexorablemente nos exige decisiones de mayor o menor envergadura. Por eso, estar vivos nos hace fatalmente responsables.

¿Qué hay respecto a la palabra oportunidad que nos fuera legada por el latín? Algo similar ocurrió con esta palabra que, de designar el momento anterior (op) a la llegada a puerto (portus) de una embarcación, momento en el que arrecian las dificultades y hay que analizar la situación siempre cambiante para poder tomar las decisiones correctas, pasó, en el latín vulgar, a ser aplicada a toda circunstancia en la que hay un deseo cierto de llegar a alguna situación determinada y la potencia para lograrlo. En su origen, pues, oportunidad implicó a la responsabilidad aquí y ahora frente a una situación precisa. Más tarde, con el ingreso de la idea de un paraíso futuro y, con ella, de la “esperanza” en la lista de los valores positivos de occidente (recordemos: los griegos la habían incluido dentro de la caja de Pandora junto a todos los males), quedó enfatizado el elemento externo de la oportunidad y sumó otro contenido: situación externa propicia que puede o no presentársenos en algún momento que desconocemos de antemano.

En fin, la vida es crisis y seguir viviendo significa necesariamente superarla. La continuidad de la vida, es por tanto, fatalmente oportunidad para, a veces llegar a puerto, otras echar el ancla más o menos cerca como para llegar nadando, otras acostumbrarse a vivir mecido por las aguas, de la caza y de la pesca. Lo importante en todo esto es no confundirse y convertir el inextricable tejido de crisis, oportunidad y responsabilidad con “A río revuelto, ganancia de pescadores”.

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